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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: February 15, 2015
Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía durante la Misa de Confirmación en la Iglesia de Santa María en Helena el domingo, 15 de febrero, 2015.
Una de las enseñanzas más consistentes no sólo del Papa Francisco, sino también del Papa Benedicto XVI, San Juan Pablo II y sus predecesores es que la fidelidad a Jesús nos obliga a no sólo 1.) proclamar la dignidad de todo ser humano creado en la imagen y semejanza de Dios, sino también a 2.) trabajar para proteger la dignidad y los derechos de todos sin excepción, pero naturalmente 3.) con una preocupación preferencial para los pobres, débiles y vulnerables, los que más necesitan nuestra ayuda.
En el Evangelio de hoy, Jesús sana a un hombre privado de su dignidad por la sociedad debido a una enfermedad. Tenía lepra, una enfermedad repulsiva y fatal que le hacía pudrir literalmente la piel — ¡imagínate cuanto apestó! Por eso y porque la lepra era contagiosa, se les excluyeron completamente de la sociedad. El equivalente del día de hoy sería el Ébola.
Es muy difícil recordar la dignidad humana cuando estamos frente a un leproso, pero es eso que hizo Jesús, sin todo el equipo de protección que usamos para el Ébola. Y no lo sanó a una distancia segura; le tocó, le tocó a este hombre que tenía una enfermedad contagiosa — y quien fue declarado intocable por la sociedad — un hecho cariñoso y valiente que no sólo le devolvió la salud física sino también afirmó su dignidad humana.
Les amó y afirmó la dignidad humana aun de los que tenían actitudes y modales odiosos, y aun cuando ya sabía que no iban a responder.
¿Se acuerdan del momento muy inspirador cuando el Papa Francisco abrazó y besó en una de sus audiencias públicas a un hombre que tenía una cara muy desfigurada? Por ese medio afirmó su dignidad como ser humano que debido a su apariencia fea sufría mucho rechazo y así merece nuestra preocupación más que otros que no son tan desfavorecidos. Muchas veces el verdadero opuesto al amor no es el odio ni la indiferencia sino simplemente el temor, y a fin de cuentas, cobardía: temor de amar, cobardía al enfrentar cosas desagradables, miedo de rechazo, de terminar lastimado, temor de hacerse vulnerable, miedo de lo que pensaría los demás — a fin de cuentas, temor de libertad.
No digo que no debemos tomar las debidas precauciones, pero al tocar al leproso, Jesús nos enseña que el amor nos obliga a superar el miedo y las otras barreras que nos dividen, para así identificarnos con la persona necesitada, ¡hacer que su destino sea también nuestro!
Jesús supera barreras con amor y valentía para devolverles su dignidad humana no sólo a los marginados como este leproso, sino también a extranjeros (los samaritanos), a pecadores (la mujer sorprendida en adulterio), a los incapacitados (el hombre ciego de nacimiento) y a los criminales (el ladrón crucificado a su lado) — y sin éxito a sus adversarios (las autoridades religiosas) y a sus verdugos (los soldados romanos).
Les amó y afirmó la dignidad humana aun de los que tenían actitudes y modales odiosos, y aun cuando ya sabía que no iban a responder. Abrió su corazón a los que lo necesitaban más; haciendo su destino suyo y para seguirle a Jesús, nosotros debemos hacer lo mismo.
Ayer fue el día de San Valentín, así que recordando el Evangelio de hoy, recordamos que los únicos regalos de San Valentín que cuentan son aquellos que afirman la dignidad humana de nuestros seres queridos, en este caso nuestros esposos, padres y otros seres queridos. ¡No funciona darles rosas y chocolates el Día de San Valentín y luego tratarles mal los demás 364 días del año!
Si no podemos amar abnegadamente a los miembros problemáticos de nuestra familia durante todo el año, ¿cómo vamos a estar a la altura de responder como Jesús quiere cuando enfrentamos el equivalente actual de los leprosos del tiempo de Jesús? Jesús rompió el poder del pecado y de la muerte, y en cada Misa nos comprometemos a continuar su obra de redención en la circunstancias del mundo de hoy.