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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: May 19, 2022
El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia de San Eduardo en Little Rock el jueves, 19 de mayo de 2022. Está basada en Jeremías 1,4-9.
Tenemos dos ceremonias de ordenación de diáconos transicionales esta primavera. Hoy ordenaré a Juan Pablo al diaconado, y en la próxima semana ordenaré a Nathan Ashburn, y los dos, Juan Pablo y Nathan, eligieron Jeremías 1,4-9 para la primera lectura de su ceremonia, el pasaje que comienza: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del vientre materno, te consagré; te nombré profeta para las naciones”.
Me gustaría comentar sobre esta lectura hoy y notar que mientras esta es la ordenación de Juan Pablo, lo que tengo que decir aplica a todos en el orden sagrado — incluyendo los 46 diáconos permanentes que ordenaré el mes que viene, y José Jaime Nieto y Daniel Wendel que ordenaré al sacerdocio en solo nueve días más. “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del vientre materno, te consagré; te nombré profeta para las naciones.”
Aquí Jeremías dice básicamente dos cosas: 1.) Su vocación es por iniciativa de Dios, no por iniciativa propia. Es parte del plan de Dios y de hecho, fue por ese mismo propósito que nacieron; y 2.) la misión de Jeremías dentro de ese plan fue ser un “profeta para las naciones”. Y ambas son cierto no solamente para Jeremías, sino también para cualquier persona a quien el Señor llama para el ministerio público en la Iglesia.
Juan Pablo, si lo sabías o no, el Señor ha tenido planes para ti desde antes de que nacieras. En ese sentido te ha llamado desde el vientre de tu madre, y como Jeremías, tú has respondido “sí”.
1.) Juan Pablo — y todos ustedes que ya han sido ordenados o a quien ordenaré en el futuro — el orden sagrado no es una carrera. Es una vocación. La gente elige una carrera, pero una vocación es elegida para nosotros por Dios. La gente elige una carrera, pero Dios elige una persona. La gente trata de averiguar qué camino de la vida les convendrá mejor, lo que ellos piensan que prometerá la mayor felicidad o incluso la mayor prosperidad.
Pueden hacer un análisis del costo y beneficio o tomar un examen de aptitud para ayudarles a elegir una carrera que les convenga mejor. Pero discernir una vocación no es como eso. Una vocación es un llamado. El asunto no es lo que nosotros queremos, sino más bien lo que Dios quiere. Dios elije, Dios llama y así como Jeremías, nuestra única opción es decir “sí” o decir “no”. La iniciativa es de Dios y por eso, Juan Pablo, la decisión de elegirte a ti para el diaconado y eventualmente para el sacerdocio ya estaba hecha incluso antes de que fueras formado en el vientre de tu madre. Como Jeremías, ¡fue para este mismo propósito que incluso naciste!
2.) Y ¿qué fue específicamente ese propósito? Ser “un profeta para las naciones”. El Señor dice: “Irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande”. Un profeta es un mensajero de Dios, algo así como un ángel, pero arraigado en la condición humana. Algunas veces ese mensaje puede hacer referencia al futuro, pero usualmente es un mensaje que brindará consuelo a los afligidos y afligirá a los consolados. Brindará sanación a los abatidos y llamará a los pecadores al arrepentimiento.
Y como diácono tú serás un ministro de la palabra de Dios en el Evangelio que proclamas, en las homilías que predicas y en la manera en que vives tu vida. El mensaje de Dios en nuestras lecturas nos afirma: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte”. Pero eso implica que hay desafíos qué enfrentar al hacer la voluntad de Dios y proclamar la verdad de Dios, algunas veces no tan popular. Jeremías nos recuerda que al único a quien realmente tenemos que complacer es el Señor.
Juan Pablo, si lo sabías o no, el Señor ha tenido planes para ti desde antes de que nacieras. En ese sentido te ha llamado desde el vientre de tu madre, y como Jeremías, tú has respondido “sí”.
Esto no es de tu propio mérito, es el Señor quien te llama y te forma y hoy te ordena diácono para servirle, y Dios mediante, ¡el próximo año como sacerdote!