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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: August 18, 2018
Este es el 7º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
En los Evangelios, el reino de los cielos se compara a una semilla de mostaza que crece inmensurablemente y un poco de levadura que expande la masa (Mt 13,31-33). El pecador arrepentido se compara a una oveja perdida a la que merece la pena buscar, a una moneda extraviada que hay que encontrar, a un hijo que despilfarra todo, pero es perdonado por su padre (Lc 15,1-32). El mar tempestuoso es calmado por una simple advertencia (Mc 4,35-41), y unos cuantos peces y hogazas de pan son bendecidas y multiplicadas para alimentar a una multitud hambrienta (Mc 6,34-44).
Las palabras y obras de Jesús demuestran que es un educador magistral que sabe que las historias e imágenes tienen la capacidad de capturar la imaginación de quienes escuchan y miran. Una buena historia nos ayuda a pintar un cuadro en nuestras mentes, a “ver” los elementos y a “conocer” a los personajes, todo lo cual nos ayuda recordar y a encontrar sentido.
El uso de historias en la causa de la evangelización es una práctica que atraviesa no solo los Evangelios, sino toda la Escritura. Los escritores y profetas de Israel conservaron una amplia variedad de historias amenas — relatos de la creación, diluvio, tribus errantes, pecado y redención — para comunicar sus propias experiencias de Dios.
Los salmos, escritos como oraciones en poema, contaban de nuevo muchos acontecimientos del pasado, haciéndolos nuevos para las nuevas generaciones. Seguramente Jesús aprendió todas estas historias y los métodos de confiar las historias y la oración a la memoria, e incluso a la música.
Las historias y las imágenes nos ayudan a reconocer que aprender es más que simplemente digerir información. El aprendizaje, especialmente el que conduce a la conversión y el discipulado, requiere que impliquemos nuestras imaginaciones. Este “imaginar” no es equivalente a “similar.” Más bien, reconoce que hay realidad más allá de lo que ven los ojos y más fe de lo que describimos como conocimiento.
Albert Einstein escribió: “La imaginación es más importante que el conocimiento. Porque el conocimiento está limitado a todo lo que sabemos y comprendemos, mientras que la imaginación abarca a todo el mundo y siempre habrá más que saber y comprender.”
En el campo de la fe bíblica, podemos con razón hablar sobre la “imaginación religiosa” como la capacidad de descubrir y describir aquellos aspectos del encuentro con lo divino que no se pueden observar directamente en el mundo físico. Reconocemos que Dios obra en el mundo que vemos y comprendemos y también en modos que van más allá de nuestras maneras normales de comprender.
Tomemos, por ejemplo, la propia noción del perdón. Podríamos sentir la necesidad de él y sus efectos, pero aún así no sabemos cómo describirlo. Jesús entra con la historia que a veces se conoce simplemente como la parábola del Hijo Pródigo. En esta historia, se nos presenta la oportunidad de responder de un modo que no sólo implica nuestra inteligencia, sino también nuestras emociones, nuestra voluntad y nuestra imaginación.
Podríamos sentir el impulso entre ser como el padre que derrocha su amor y perdón; podríamos imaginar la diferencia que podría marcar un abrazo; y luego podríamos incluso salir al encuentro de alguien que nos ha ofendido para ofrecer perdón.
Las parábolas son un instrumento muy eficaz para enseñar, y así escuchamos de uno que sería profeta pasando tiempo en el vientre de una ballena antes de obedecer el mandato de Dios (Jonás), los alfareros retrabajando la arcilla suave, como Dios trabajará con la arcilla de nuestras vidas (Jer 18,1-6), los árboles a quienes se les da una segunda oportunidad de producir fruto (Lc 13,6-9), y un buen pastor dispuesto a dar la vida por sus ovejas (Juan 10,1-18).
Los escritores bíblicos eran expertos en registrar o crear tales historias como modos de recordarle al pueblo de Dios las muchas maneras en que Dios obra en sus vidas, en nuestras vidas. Las imágenes que se encuentran en estas historias no son en sí mismas la realidad; sirven como metáforas para abrirnos a nuevas capas de comprensión y sentido.
Ésta es una de las razones por las que leemos y releemos la Escritura. Estas historias e imágenes se quedan con nosotros y, al revisitarlas, empezamos a ver las formas familiares en que obra Dios.
Uno de los dones de leer y orar con la Escritura es el descubrimiento de que Dios no solo se comunicó con el pueblo hace siglos en un lugar lejano. Dios utiliza las Escrituras para hablar con nosotros ahora, moviendo nuestras imaginaciones para ver nuestro mundo más allá de lo que conocemos ahora.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 18 de agosto de 2018. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.