Sitio oficial de la Red de la
Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: October 13, 2018
Este es el 9º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock
Un tema básico en toda la Biblia es la llamada a vivir una vida íntegra en la que las creencias y acciones sean coherentes, y las prioridades individuales y comunitarias sean las de Dios. Es decir, la Biblia nos enseña el valor de la integridad, como estándar de conducta moral y una llamada a la plenitud.
Desde los primeros versos de la Biblia se nos introduce a Dios Creador que nos crea a su divina imagen y sabe bien lo que nos da plenitud.
El mandato de Dios de que los humanos cuiden la creación (Gén 1,27-30) no es una carga, sino una invitación a descubrir nuestras conexiones con todas las cosas que ha creado Dios. No se trata de superioridad sobre la creación, sino de responsabilidad. Estos son los primeros pasos en el camino hacia la integridad.
En su peregrinar por el desierto, los israelitas entienden que Dios desea la relación con ellos, una relación que los ligue unos a otros también. Al igual que los mandatos dados a Adán y Eva, los que se le dan a Moisés en el Sinaí no se supone que sean cargas (Éx 20,1-17). Más bien delinean un modo de vida que produzca integridad, es decir, una vida moral y plena. Los tres primeros mandamientos tratan del amor y respeto debidos a Dios, algo entretejido en nuestra propia naturaleza como criaturas de Dios.
Los últimos siete mandamientos tratan del amor y respeto que debemos mostrarnos unos a otros. ¿Quién mejor que el Dios que crea y libera para saber que necesitamos a Dios y nos necesitamos unos a otros? ¿Quién mejor para hacer orden en el caos?
Cuando Israel se estableció en la tierra de Caná y estableció sus tierras tribales y por último la monarquía, la prioridad dentro de la comunidad era incorporar los mandatos de Dios en el ritmo de las interacciones cotidianas. Para quienes están en alianza con Dios, los modos de ordenar la vida cotidiana son vivir en recta relación con Dios, ejercitar buen juicio y justiciar en las relaciones con los demás, y mostrar misericordia para con los necesitados.
Mientras que a estos mismos valores les cuesta tiempo penetrar en las relaciones de personas que están fuera de la alianza de Dios, las buenas intenciones de los israelitas a menudo se deterioran incluso dentro de la propia comunidad. El papel de los profetas de Dios es lanzar una llamada clara a regresar a Dios, a vivir de tal manera que Dios sea glorificado por sus vidas íntegras.
Los profetas insisten en que no es posible dar culto a Dios y juguetear con otras religiones (ver Oseas 4,1-14); no es posible dar culto a Dios y descuidar a los necesitados (ver Amós 2,6-8; Jer 7,3-7).
El profeta Zacarías (7,9-10) lo resume así: “Así dice el Señor de los ejércitos: Juzga con verdadera justicia y muestra bondad y compasión hacia los demás. No oprimas a la viuda y al huérfano, al extranjero o al pobre: no maquinen el mal unos contra otros en sus corazones”.
Estas mismas prioridades se encuentran en las palabras y la misión de Jesús. Al ser desafiado por los fariseos, que eran conocidos por ser escrupulosos en su obediencia (Marcos 7,6), Jesús cita al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí.”
Critica a los líderes religiosos judíos que hacen profesión de su religión, pero descuidan a las viudas y los huérfanos (Lucas 20,46-47) y en una extensa colección de enseñanzas (Mt 23), Jesús acusa a los líderes de su propia tradición de hipocresía. Profesan una cosa y viven otra; les falta integridad.
El término hipocresía viene del griego “hupokrisis,” que significa representar una parte teatral como si se estuviera en el scenario. Es este tipo de “actuación” lo que Jesús critica más duramente. La hipocresía destruye la integridad, o plenitud, de la persona. Nos permite engañarnos y pensar que podemos poner nuestra vida en compartimentos estancos, creyendo y actuando de maneras opuestas. Al final, daña nuestras comunidades y nuestro testimonio a Dios en este mundo.
La Biblia da testimonio del valor de una vida que valora las cosas de Dios sobre todas las cosas. Cuando profesamos fe en Dios, estamos ofreciendo más que nuestro asentimiento intelectual. Estamos confiando en Dios que conoce mejor lo que nos va a dar plenitud, como personas y como comunidad. Oremos por el valor y la integridad de vivir, como dice Pablo en Efesios 4,1, “de manera digna a la vocación” que hemos recibido.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 13 de octubre de 2018. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.